Hoy en día puedes hacerte una web tú solo.
Hay plantillas. Hay editores arrastrar-y-soltar. Hay inteligencia artificial que te la monta en 5 minutos.
Puedes poner tu nombre, una foto, y un texto tipo “soy diseñador y me apasiona mi trabajo”.
Y ya está.
Si con eso te basta, no necesitas a nadie. De verdad.
Pero si lo que quieres es que esa web haga algo más que estar ahí ocupando espacio, entonces igual merece la pena pensarlo dos veces.
Porque no se trata solo de tener una web. Se trata de tener una que funcione.
Una que se vea bien en el móvil de quien te está buscando. Una que cargue rápido. Que sea accesible. Que no se rompa en cuanto alguien hace scroll.
Y, sobre todo, una que hable de ti incluso cuando tú no estás delante.
Que diga lo que haces sin parecer que lo copiaste de ChatGPT. Que tenga tu tono, tu estilo, tu forma de pensar.
Aquí no usamos plantillas de copiar y pegar. Porque si tu historia es diferente, tu web también debería serlo.
Un buen portfolio no es una tarjeta de visita digital. Es una puerta abierta a nuevas oportunidades.
Puede que no lo necesites ahora. Pero el día que alguien te diga “¿me pasas tu web?”, ojalá tengas algo más que un enlace bonito.
Tener una web no te cambia la vida. Pero no tenerla te puede cerrar unas cuantas puertas.